Si atendemos a la matemática, el "caos", según los doctos, estaría compuesto por sistemas dinámicos de efectos impredecibles. Si atendemos a la utilización política del caos, este sería un sistema de variables que no han sido reguladas por las medidas de quien ostenta un cargo público. De la primera definición se deduce la espontaneidad y la libertad humanas, de la segunda la regulación y la legislación.
La cuestión que se plantea es cómo hacer del caos, el objeto de regulación. La explicación sería otra teoría no menos compleja: el efecto Lupa. El efecto Lupa consiste en aumentar la mirada sobre efectos particulares y extrapolarlos como conductas generales para crear una maraña de leyes que los regulen, dirijan y orienten las acciones humanas en otros devenires. La proporcionalidad que se deriva de un estudio concienzudo de las medidas de nuestros gobernantes arroja una conclusión inequívoca; son inversamente proporcionales al análisis de los hechos del mundo. Por tanto, son la peor de las recetas ante los problemas que se afrontan. Es tan nocivo como querer combatir la tensión alta con excitantes o la deficiente circulación sanguínea con coagulantes. Sin embargo, en un país donde abundan los falsos ídolos todo se aclama, todo se palmea, todo parece tan merecedor de alabanzas como la más digna expresión del arte, como la bailarina que danza oníricamente entre acordes flamencos en el tablao, o como la guitarra que acude a los dictados desatados del maestro que la manosea.
La verdadera misión de los filósofos es buscar, a pesar de las consecuencias, la verdad, entendida a mi juicio, como la correspondencia de las ideas y veredictos con los hechos. Las máscaras ya no son de uso exclusivo para la dramaturgia, para las festividades, las máscaras son ahora el rostro de quienes torpedean, desde sus despachos, la vida de muchos. Para un parco en consejos como el que os escribe, se atreve a daros uno: sospechad, no creer todo cuanto os dicen sin una comprobación previa, quizá descubráis que aquellos que se autoerigen como salvadores son los verdaderos verdugos de todo cuanto queréis.
Confundir el derecho natural con el positivo, es otra de sus burdas señas de identidad, como si de los nuevos inquilinos de las Calaveras se tratasen, como si vinieran a enseñar a un pueblo adormecido aquello que sus miradas no alcanzan a entender. Han hecho creer a numerosos ciudadanos que son el curioso caso de Benjamin Button, de lo material, su venida al mundo estaba colmada de frutos y estos han sido, en su mayoría, despojados al nacer. El trabajo en la barriga de sus madres fue expoliado, su plusvalía arrancada sin piedad y ahora placen en la cuna sin más posesiones que las que le son otorgadas por sus familiares y allegados. En cierto sentido, estos sujetos fueron privilegiados, pues a otros más desfavorecidos, nos depararon una vida de esfuerzos, de sacrificios, de caídas y sufrimientos, a veces provocados por nuestras acciones y otras no.
Lo que está claro, mis queridos lectores, es que si se pretende regular el caos, la regulación, en los términos que la conocemos hoy, es a todas luces imposible, y si no es el caos lo que pretenden regular, es el ciudadano el que ostenta una mayor responsabilidad en sus acciones y no se debe depositar esta en terceros. Sea cual fuere el veredicto, la conclusión es clara: nuestros gobernantes, en su mayoría, viven de la estafa de dibujar un mundo cuyo origen bebe más de la quimera, de la fantasía, que de la realidad. Por tanto, en ningún caso nuestros gobernantes pueden erigirse como salvadores, sino como grandes creadores de lo artificial y como manipuladores.